La Niebla del olvido - segundo fragmento
"La Niebla del olvido", de Bloodwitch Luz Oscuria |
Este es el segundo fragmento de mi novela, "La Niebla del olvido", en su versión traducida por Xavier Méndez.
Finalmente, no me ha quedado otra que cerrar los ojos y dormirme. Cuando los vuelvo a abrir ya es de día. Estamos a viernes, ya llevo tres días sin ver a William, y apenas 24 horas desde que me han echado del trabajo. Tengo las muñecas adoloridas por las esposas que Julien me ha puesto la noche anterior, y me duele la cabeza por el fuerte golpe que me asestó por detrás.
No está aquí. Otra vez. No obstante, hoy las cosas son diferentes, no estoy segura de que vaya a llegar con croissants. Lo decepcioné y lo puse furioso al mismo tiempo por lo que le mostré, dije, y por lo que supo por el dueño del bar ayer al mediodía.
No tengo ni idea de qué hora puede ser, la posición del sol no me da ningún indicio, y no hay ningún despertador en la mesita de noche al lado de la cama. Lo que me faltaba. Soy incapaz de levantarme, y las esposas están tan apretadas que no conseguiría nunca escurrir las muñecas para liberarme. No me queda más que esperar a que Julien se digne a aparecer.
Lo cual no tardará mucho en hacer, ya que oigo la llave girar en la cerradura, y veo que por fin abre la puerta. Tiene aspecto de cansado, se diría que no ha dormido en toda la noche y que justo vuelve de dar una vuelta movidita. Siento que me evita la mirada, se fuerza a no tener que girar la cabeza hacia mí. Estoy incómoda.
Decido interpelarlo. Suave, para no asustarlo. Pero él hace como si nada, y tras dejar la llave en la bandejita que hay sobre la cómoda al lado de la puerta, se dirige hacia el baño. ¿Y si se volvía a ir como si nada? No, no me va a dejar otra vez sola, sin desatarme, sin preguntarme cómo estoy, sin pensar alimentarme. Es impensable, no me dejará. Llevo más de un día sin comer. Tengo un hambre tan intensa que se me retuerce el estómago en todos los sentidos. Hace un ruido infernal, tanto es así que no oigo nada más. Si mi hijo me viese así, se reiría a pleno pulmón, estoy segura. Me gustaría tanto oír su risa en este momento. Creo que nunca lo he echado tanto de menos en toda mi vida.
Julien sale del cuarto de baño, otra vez sin dirigirme la mínima mirada. ¿Se ha olvidado de mí? No, no puede, sabe que estoy aquí, finge aposta estar solo. Dudo si decirle algo. Me lo tomaría realmente mal si volviera a ignorar mi segunda llamada. No puedo quedarme más así, tengo demasiada hambre, demasiado daño en las muñecas, y estoy realmente harta.
—Julien, por favor, escúchame.
Para de gesticular, pero todavía sigue sin mirar en mi dirección, a pesar de lo suave que le he hecho mi petición. Parece que espera a que diga mi próxima frase.
—Julien, escúchame. Estoy tranquila, ¿me oyes? Tengo muchísima hambre, y estas muñecas que me has puesto me hacen mucho daño. ¿Podemos hablar? Haré lo que quieras.
Por fin se digna a mirarme. La esperanza a que me suelte toma lugar en mi mente. Aunque por poco tiempo. Cuando decide abrir la boca, no es con el objetivo de tranquilizarme, de decirme que todo va a ir bien, que las cosas se van a arreglar. No, cuando decide abrir la boca es más bien para darme a entender cuán decepcionado y furioso está conmigo.
Me aclara que no me dejará morir de hambre, pero que no puede desatarme. Que le doy miedo.
—¡Quería decírtelo! ¡Quería explicártelo todo! Te juro que es verdad, ¿por qué no me crees?
Me corta la palabra para decirme que no he hecho más que evitarlo, que ya no le inspiro la confianza que me tenía desde que nos conocimos, que no sabe qué va a decidir hacer conmigo, que le gustaría que saliese de su vida, y sin embargo, que algo le impide olvidarme.
—¿Y qué?
Se me pasan por la mente varias hipótesis con su última frase. ¿Puede que esté tan unido a mí que sea capaz de hacerme desaparecer de su vida? ¿O hay algo más que no quiere que yo sepa? No responderá a mi pregunta, en su lugar prefiere suspirar largamente y dejarme con la expectativa.
—No sé qué voy a hacer contigo, Catherine.
—Déjame con vida, Julien, es todo lo que te pido.
Al oír estas palabras me mira con sorpresa. No se esperaba que le dijera algo así. ¿Por qué lo he dicho? ¿Por qué tendría miedo a que me hiciese daño? Mi mente divaga, otra vez. Me sigue mirando, todavía desconcertado por lo que acabo de decirle, y no dice ni una palabra. Me gustaría esconderme en algún sitio.
—Julien, necesito ver a mi hijo. Por favor.
Al oír ahora estas palabras, dichas con un tono que permite adivinar una necesidad sincera, acepta acercarse otra vez a mí. Se sienta en el borde de la cama y suspira hondo antes de responderme.
—Muy bien. Te prometí que iba a acompañarte a verlo. Así que te voy a soltar, si me juras que conservarás la calma. Si no, no dudaré en dejarte inconsciente de nuevo. ¿Vale? No me obligues, sería una pena tener que hacerlo.
Asiento con la cabeza, sin decir una palabra. Entonces se saca del bolsillo de los tejanos una llavecita. Es la de las esposas que me aprietan las muñecas contra los barrotes de la cama. Acerca las manos a una de las mías y oigo el clic que señala la liberación de mi brazo izquierdo. Espero pacientemente a que sea el turno de mi brazo derecho, luego me enderezo en la cama, lentamente para no asustarlo o ponerlo nervioso. Ahora mismo no sé en qué estará pensando, y prefiero no saberlo.
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