"La Sombra del recuerdo", de Bloodwitch Luz Oscuria |
Este es el primer fragmento de mi novela, "La Sombra del recuerdo", en su versión traducida por Aarón Ortiz.
—¡Está despertando!
Escucho que exclama una voz femenina. ¿A quién pertenece? No me suena conocida. ¿Dónde me encuentro? Apenas he abierto mis ojos y una luz refulge tanto que me ciega. Creo que escucho cómo alguien corre a toda prisa —pareciera que huye—. Estoy desconcertado, no puedo llegar a saberlo a ciencia cierta con esta hesitación.
Creo atisbar lo que parece ser una luz proveniente del tejado que alumbra mi cabeza, luz parecida a la de los hospitales. Me ciega. Desvío mi mirada con mis ojos apenas abiertos hace unos momentos, para mirar qué hay a mi derredor.
Me hallo tumbado en una cama ajena a mis memorias, una litera de hospital revestida de una sábana que cubre mi cuerpo. Observo cómo mis dedos se mueven al otro lado de la cama. —Es buen presagio, supongo—. Hago un intento de llevarme mi mano derecha al rostro. Al término de unos segundos, observo mis dedos y están todavía adormecidos como para poder moverme con normalidad.
A mi lado derecho hay una pequeña cómoda sobre la que se encuentra un teléfono fijo rojo, cuyo auricular está unido a su base por un cable hecho nudos. También veo un vaso de agua vacío, a su lado descansa un libro abierto aparentemente por casualidad, con un separador en él. Miro arriba, hay una gran ventana de doble vitrina cerrada. En el exterior, el astro rey me obsequia sus rayos de luz. Hace buen tiempo.
Contemplo a mi izquierda un enorme guardarropa de color ocre claro, que vuelve inanes mis intentos por examinar qué hay después. —¿Será la puerta de esta habitación en la que me he despertado solo y aturdido? —. Pero escuché claramente una voz. Sin embargo, la persona que ha hablado debe ser aquella que se ha ido súbitamente.
Escucho palabras que llegan como vendaval a mis oídos, advierto que alguien se acerca. En efecto: pasados unos segundos tenía a dos individuos en frente mío —aún yacía yo en la litera—. Sus rostros son extraños a mis recuerdos, no los reconozco, tampoco puedo discernir correctamente si son hombres o mujeres —la niebla aún persiste en mi vista a causa de mi reciente despertar.
—Es vital no precipitarlo.
El sonido de esas palabras pertenece a una mujer. El tono con el que las acaba de pronunciar me permite suponer que no es tan joven. Posee unos cincuenta, quizá. La figuro pequeña, de tez morena, lleva su pelo recogido en un moño —no tengo dudas de ello—. Aquella figura coincide con una enfermera, mas no debería llevar el pelo suelto sobre sus hombros. —No está permitido en esa clase de oficios—. Es menester que sea capaz de descubrirla para hacerme una idea más clara sobre su parecido.
—He venido a avisarles que ha comenzado a moverse.
Acto seguido aparece otra —quizá también— enfermera más joven. A diferencia de la anterior, esta me parece alta y rubia más bien, contrastando con su interlocutora. No coincide con una enfermera: el tono de voz con el que acaba de hablar denota un pánico sin precedente. Se podría afirmar que pareciera que ha visto un espíritu o fantasma —¿Seré yo, acaso, ese fantasma? — en el momento que pronuncia la siguiente nimia y pequeña frase:
—Dejémoslo recuperar sus fuerzas. Pero no olviden que habrá que ir con calma.
La primera mujer acaba de hablar. Sí, es de una edad avanzada, no me quedan dudas de ello. Su voz suena desgastada por el peso de la edad. Debe haber pasado años fumando para que sus cuerdas vocales estén consumidas de tal manera —una lástima para una enfermera—. Carece de cierta verdad lo que se prevé cuando un hombre idea a aquella que atiende de él en su habitación, que descansa en su lecho para prodigarle los cuidados, aún más cuando poseen afinidades. ¿Y qué con él? Soy un hombre, comprendo bien de lo que hablo.
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